Breve historia de la generación del 27

von: Felipe Díaz Pardo

Nowtilus - Tombooktu, 2018

ISBN: 9788499679211 , 336 Seiten

Format: ePUB

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Breve historia de la generación del 27


 

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A la búsqueda de una nueva identidad literaria


Los todavía imberbes miembros de lo que sería la generación del 27, que se convertiría en el más notable grupo literario de la época, comenzaron con sus primeros balbuceos literarios allá por la segunda década del siglo XX. La vinculación entre ellos fue bastante estrecha, como iremos viendo a lo largo de estas páginas, y, socialmente, su origen era muy similar. Casi en su totalidad procedían de diversos estratos de la burguesía acomodada: hijos de comerciantes, como Jorge Guillén, Gerardo Diego o Emilio Prados; de ricos agricultores, como García Lorca; de profesionales, como Vicente Aleixandre, Luis Cernuda o Manuel Altolaguirre. Casi todos siguieron estudios universitarios, sabían idiomas; viajaron y adquirieron una amplia cultura, no solo literaria.

Poco a poco, cada uno de ellos fue fraguando su auténtica personalidad creadora, pero antes veamos algunas pinceladas de su primeros pasos por el mundo cultural y literario de su época hasta que llegaron a ser la figura que reconocemos en cada uno de ellos.

LA RESIDENCIA DE ESTUDIANTES, LUGAR DE ENCUENTRO DE LA JOVEN GENERACIÓN


Como ya hemos comentado en páginas anteriores, esta institución fue un decisivo lugar de encuentro, con sus conferencias, exposiciones y tertulias, y lugar de alojamiento de muchos artistas e intelectuales de la época, como Lorca, Prados, Dalí, Buñuel, Severo Ochoa, Gabriel Celaya, etc. En ella, aún muy jóvenes, convivieron algunos de ellos y conocieron a Juan Ramón Jiménez, cuya poesía de madurez les llevaría a profundizar en la esencia de las cosas. También acudían frecuentemente Alberti, Guillén y Aleixandre para participar en actividades que allí se promovían, y en ella también residieron alguna temporada Unamuno, Juan Ramón Jiménez y Manuel de Falla. Además de los intelectuales de mayor prestigio, por este lugar pasaron dictando conferencias los pensadores y artistas mundiales de primera fila, como Einstein, Marie Curie, Keynes, Le Corbusier, Ravel, Valéry, Marinetti, Louis Aragon, Chesterton, H. G. Wells, etcétera.

La Resi, como era conocida popularmente, abrió sus puertas en el otoño de 1910 en la calle Fortuny de Madrid, para después trasladarse a su ubicación definitiva, en el lugar que se conocía como los Altos del Hipódromo, en el extremo norte del paseo de la Castellana y que más tarde se convertiría en la plaza de San Juan de la Cruz, donde terminaba entonces la ciudad y empezaba el campo. No existía nada parecido en la España de entonces. Los estudiantes que llegaban a Madrid no tenían más remedio que vivir en casas de huéspedes, por lo general muy insatisfactorias. Una vez terminados sus cinco edificios, la Residencia podía alojar a ciento cincuenta estudiantes.

Algunos de los poetas de la generación del 27 vivían en la Residencia de Estudiantes, como Lorca o Prados. Otros como Alberti y Salinas acudían allí a menudo. Dalí o Buñuel también residían allí. En la foto, Lorca con algunos de los compañeros con los que compartía las estancias de aquella institución.

La Residencia era, por tanto, un centro cultural de primer orden a lo que se unía el talante liberal y tolerante que se respiraba allí, de acuerdo con la vinculación de los fundadores de la Residencia a la Institución Libre de Enseñanza, la cual llevó a cabo una importante labor formativa y educativa en la España de finales del siglo XIX y primeros del XX. Su director por aquella época, Jiménez Fraud, fue el artífice de que la Residencia de Estudiantes se convirtiera en el centro cultural tan importante que fue y de ver la cultura con una mirada cosmopolita y progresista. Ese espíritu laico, abierto y dialogante, aprendido de la citada Institución, fue compartido por los del 27, en su mayoría liberales, progresistas y republicanos. Una de las principales iniciativas de su director consistía en atraer a conferenciantes distinguidos. Por otra parte, la música interpretada en la Residencia era de gran calidad. Allí se escucharon por primera vez obras de los nuevos compositores españoles y se dictaron conferencias sobre temas musicales. También se practicaban en serio varios deportes, como el fútbol, el tenis o el hockey. Además de lo dicho, otra labor importante de la Residencia era la de editar libros. Entre las obras que dieron a la luz figuraron las Meditaciones del Quijote, primer libro de José Ortega y Gasset, en 1914; tres títulos de Azorín, Al margen de los clásicos y El licenciado Vidriera, ambas en 1915, y Un pueblecito, en 1916; las Poesías completas de Antonio Machado, en 1917; y los Ensayos de Miguel de Unamuno, entre 1916 y 1918, en siete volúmenes.

Si nos referimos a alguno de sus ilustres habitantes, como Lorca, uno de los más afamados miembros de la generación del 27, este recaló en la Residencia cuando se fue a Madrid a pasar una temporada. Quería entrar allí como le había aconsejado su profesor y amigo Fernando de los Ríos. El poeta granadino tuvo una entrevista con el director, Jiménez Fraud, como uno de los pasos previos a la selección, pero el poeta no tuvo ningún problema y la entrevista se convirtió en una larga y agradable conversación. Federico fue admitido sin problemas. Además de los consejos pertinentes, Fernando de los Ríos le había dado una carta de presentación para Juan Ramón Jiménez, que junto con Antonio Machado era el poeta más importante en ese momento. Lorca vio al famoso poeta y, por supuesto, le leyó alguno de sus poemas, que le agradaron, como bien comenta en una de las cartas que le envía el propio Juan Ramón Jiménez al profesor Fernando de los Ríos: «Me leyó varias composiciones muy bellas, un poco largas quizás, pero la concisión vendrá sola. Sería muy grato para mí no perderlo de vista». En Madrid, los amigos de Lorca le presentaron pronto a sus amistades. Allí estaban Manuel Fernández Montesinos, Melchor Fernández Almagro y José Mora Guarnido. Este último les presentó entre otros al vanguardista, crítico y poeta Guillermo de Torre y a importantes poetas de la generación del 27, como Pedro Salinas y Gerardo Diego. Federico se quedó encantado a su llegada, ya que algunos estudiantes, como Melchor Fernández Almagro o José Fernández-Montesinos, lo esperaban con impaciencia.

Otro de los personajes más originales de la Residencia fue Luis Buñuel, quien llegó en 1917. Era este un empedernido aficionado a los deportes y todas las mañanas se le podía ver saltando, haciendo flexiones o lanzando la jabalina. Se las daba de boxeador, a pesar de no ser un púgil serio. Buñuel se vio pronto involucrado en las actividades de los ultraístas y sentía gran admiración por Ramón Gómez de la Serna, con quien trabó una excelente amistad y a cuya tertulia, establecida en el café Pombo, cerca de la Puerta del Sol, asistió con asiduidad durante los años que estuvo en Madrid.

LOS ANTECEDENTES: MODERNISMO Y NOVECENTISMO


El modernismo hispánico, aunque con algunas discrepancias, podemos situarlo, aproximadamente, entre 1890 y 1915, y llegó a su fin en los primeros años en que empiezan a desenvolverse los jóvenes autores del 27. Es este movimiento una síntesis del parnasianismo, de donde le viene el gusto por el poema bien hecho, los temas exóticos y los valores sensoriales, y del simbolismo, del cual toma el interés por el símbolo y por la musicalidad. Junto a otras influencias extranjeras, los modernistas sintieron fervor por algunos poetas de nuestra literatura anterior, como Berceo, el Arcipreste de Hita, Jorge Manrique y, más cercanos, Bécquer y Rosalía de Castro. El mismo fervor que observamos en los poetas de la generación del 27. Así, Cernuda fue un admirador de Bécquer, hasta el punto de dar título a uno de sus libros capitales, Donde habite el olvido, como uno de los versos de la «Rima LXVI» de su paisano. Al leerla y compararla con uno de sus poemas, comprobaremos, como bien dijo Salinas, que en Cernuda se halla la quintaesencia de lo romántico. He aquí la rima del autor del XIX:

Una de las características del modernismo era el escapismo, rasgo que se ve reflejado en la aparición de espacios y mundos ideales. En este sentido, el jardín modernista busca escapar de la realidad hostil de los románticos presentando un entorno donde predominen las sensaciones, los perfumes, el colorido, los cisnes y todo aquello que aluda a lo exquisito y perfecto.

¿De dónde vengo?... El más horrible y áspero

de los senderos busca;

las huellas de unos pies ensangrentados

sobre la roca dura;

los despojos de un alma hecha jirones

en las zarzas agudas,

te dirán el camino

que conduce a mi cuna.

¿Adónde voy? El más sombrío y triste

de los páramos cruza,

valle de eternas nieves y de eternas

melancólicas brumas;

en donde esté una piedra solitaria

sin inscripción alguna,

donde habite el olvido,

allí estará mi tumba.

Leamos ahora este otro, el «Poema I», que abre el referido volumen del poeta del 27, en el que se nota el desaliento del poeta, fruto de la crisis de desolación debida al desajuste entre sus anhelos y la realidad:

Donde habite el olvido,

en los vastos...