La geología en 100 preguntas

von: Vicente del Rosario Rabadán, Raquel Rossis Alfonso

Nowtilus - Tombooktu, 2018

ISBN: 9788499679303 , 352 Seiten

Format: ePUB

Kopierschutz: Wasserzeichen

Mac OSX,Windows PC für alle DRM-fähigen eReader Apple iPad, Android Tablet PC's Apple iPod touch, iPhone und Android Smartphones

Preis: 8,99 EUR

eBook anfordern eBook anfordern

Mehr zum Inhalt

La geología en 100 preguntas


 

INTRODUCCIÓN


1

ANTES DE LA GEOLOGÍA…, ¿QUÉ?


Somos parte de la naturaleza. Comemos, matamos y morimos como los animales, pero somos diferentes a ellos. Ayudándonos de ramas, tendones y piedras construimos herramientas. Enseñamos a nuestros hijos a identificar las piedras más adecuadas para construirlas, especialmente aquellas de las que podemos obtener bordes cortantes.

Conocemos los puntos en que el agua brota del suelo y otras cuevas donde pernoctar. Nos gusta este lugar para vivir porque estamos cerca de un terreno donde recoger barro con el que construir nuestras vasijas. También solemos recolectar tierras verdes, rojas y blancas con las que podemos decorar nuestros cuerpos en ocasiones especiales. Cerca del río solemos encontrar piedras traslúcidas con bellos colores con los que hacemos collares y amuletos.

Cuando mis hermanos y yo éramos pequeños, un sonido ensordecedor hizo temblar la montaña, fue como si el mundo se rompiera. Los sabios nos dijeron que a veces los espíritus se enfadan, y por ello debíamos realizar ofrendas con frecuencia. Cuando los viejos nos lo indicaban, nos reuníamos en torno a un monolito cercano, donde venerábamos a los espíritus de nuestros antepasados. Nadie sabe quién talló el monolito, los sabios decían que fue el dios que se esconde bajo las montañas.

En las expediciones de caza, atravesábamos varios valles a pie. En algunos lugares veía cosas que no entendía. Observé conchas en lugares muy altos, enterradas en la tierra. El viejo sabio nos dijo que era normal, que a veces llovía mucho y que él había visto cómo nuestros padres fueron arrastrados por las aguas. Antes vivíamos en la llanura, junto al río, pero desde aquella catástrofe tuvimos que huir a nuestro nuevo asentamiento. El viejo sabio también contaba una antigua historia sobre la gran ola que había devorado a todas las tribus de la costa. Él nos explicó que aquellas conchas habían llegado allí de esa manera.

Lo que acaba de leer es un intento por emular a Carl Sagan, el genial divulgador neoyorquino que imaginó y publicó en Cosmos, una de sus grandes obras, los pensamientos de algún sabio del paleolítico en torno a cuestiones sobre las estrellas y la bóveda celeste. En nuestro caso, hemos tratado de reflejar algunas observaciones y reflexiones que aquellos humanos ancestrales pudieron tener sobre el entorno físico en que vivían.

Pasarían horas buscando cantos de fractura concoidea, como el sílex, de los que obtener piezas afiladas mediante golpes. También debían de conocer los manantiales en los que brotaba el agua subterránea, los yacimientos donde extraer arcillas y posteriormente minerales metálicos; así como las cuevas donde refugiarse y otras caprichosas formas producidas por la erosión donde rendir culto a sus creencias. Sufrirían como nosotros los estragos de los riesgos geológicos como inundaciones, terremotos o tsunamis. Y con el desarrollo de su civilización demandarían un suministro creciente de recursos geológicos.

Seguramente aquellos hombres y mujeres conocían mucho mejor que nosotros el aspecto de su entorno. Cada acantilado, cada llanura, cada meandro, representaba para ellos lo mismo que las calles, plazas y pasillos de un supermercado para nosotros. Sin embargo, de igual forma que no podemos considerar su habilidad para pescar o cazar como el nacimiento de la biología, tampoco ahí vamos a encontrar el origen de nuestra ciencia.

Nuestros antepasados prehistóricos tuvieron una relación muy íntima con el entorno y en muchos aspectos debieron tener un conocimiento práctico de la naturaleza mucho mayor que la mayoría de nosotros. Aunque no podemos hablar de un pensamiento geológico, el saber acumulado durante milenios sentó las bases para el desarrollo que vino después.

No obstante, es muy probable que aquellas ingentes observaciones de nuestros antepasados y sus reflexiones más intuitivas estén detrás de las primeras interpretaciones lógicas de la naturaleza. Como es sabido, este paso del mito al logos, fundamental para la historia de la ciencia, tuvo lugar en la antigua Grecia, donde los primeros filósofos de la naturaleza desarrollaron explicaciones racionales, aunque no por ello ciertas, en torno al mundo que nos rodea. Por ejemplo, junto a la concepción geocéntrica, con una Tierra inmóvil en el centro del cosmos, nacieron otras ideas erróneas sobre diferentes aspectos del planeta.

Estos pioneros de la ciencia imaginaron que el interior de la Tierra era hueco, que el agua que alimenta los ríos ascendía desde los mares a través del subsuelo y que los terremotos eran producidos por la brusca entrada del aire en las cavidades del terreno. Sus razonamientos también les llevaron a la conclusión de que la Tierra tendría unos pocos siglos de antigüedad y de que los fósiles tenían un origen inorgánico, formados a partir de semillas de origen misterioso.

Por otra parte, algunas ideas acertadas también germinaron en aquellas primeras etapas de la historia humana. Frente a la razonable percepción que nos lleva a imaginar una Tierra plana, los antiguos investigadores supieron comprender que la misma se trataba de una esfera, y llegaron incluso a calcular su tamaño.

En tiempos más recientes en que Magallanes daba la vuelta al mundo y Copérnico lo ponía en movimiento, se produjeron algunos avances importantes en nuestra ciencia. Hasta el siglo XVI, pocas de las explicaciones anteriores habían sido sometidas a la discusión científica y es que, aun siendo racionales y alejadas de la intervención divina, la mayoría se basaba en especulaciones teóricas sin fundamento experimental.

Sin embargo, durante siglos la actividad artesanal había aportado conocimientos empíricos que se transmitían de generación en generación. Georgius Agricola, un autor interesado por la actividad minera, recogió gran parte de este saber práctico en su obra De re metallica. Además de dignificar el oficio minero, este autor realizó importantes aportaciones para comprender los procesos de génesis de los minerales y la evolución del paisaje, con razonamientos muy acertados como la importancia que otorga al agua en el origen de los filones y la acción erosiva, así como la vinculación entre fracturas y elevación de las montañas. Aun desconociendo la noción de capa o estrato, enumeró secuencias de materiales que se repiten en minas distantes.

También el genio renacentista Leonardo da Vinci llegaría a deducciones acertadas al desvincular la presencia de fósiles en las montañas con la idea del diluvio universal. Esta polifacética figura propuso que aquellas montañas de su entorno debieron de haber estado bajo el mar en el pasado y que la Tierra debía de ser más antigua de lo que se pensaba.

Aunque desde la Edad Media el término latino geología había sido acuñado para hacer referencia a todo lo que tuviese que ver con la vida terrenal, en contraposición al de teología; solo si nos adelantamos hasta el siglo XVII asistiremos al nacimiento de los principios básicos de la geología, de la mano del científico danés Nicolaus Steno.

2

¿SE PUEDE PONER ALGO DE ORDEN ENTRE TANTAS PIEDRAS?


Para rasgar un papel o una vestimenta, los italianos usan el verbo stracciare. Y así, destrozada, debía de ser como percibía la naturaleza inerte de las montañas cualquier naturalista del siglo XVII que estuviera interesado en desvelar algún orden, alguna geometría en los afloramientos rocosos. Como las esquirlas de chocolate que se distribuyen en la superficie de un helado de stracciatella, las capas de roca aparecerían caóticamente en el paisaje. Inclinadas, a veces hacia el norte, a veces hacia el sur. En ocasiones en posición horizontal y completamente empinadas un poco más allá. A veces dobladas y, no lejos, fracturadas.

Describir la superficie rocosa sería una tarea imposible para las osadas mentes que lo intentaran. Sería en 1668 cuando el médico, clérigo y naturalista Nicolaus Steno publicaría las ideas que permitirían desvelar aquella naturaleza confusa de las montañas.

Él fue la primera persona en aplicar el término estrato para referirse a cada una de las capas rocosas que se observan en el paisaje. Acerca de este concepto desarrolló diversas ideas que darían lugar a una nueva disciplina, la estratigrafía, con un papel fundamental dentro de la geología. Como otros sabios de su época, defendió la idea de que los estratos se habían formado a partir de sedimentos depositados en el fondo de antiguos mares. Argumentó que solo así podría explicarse la presencia de fósiles marinos en el interior de los mismos frente a la idea generalizada de que aquellas formas orgánicas pudieran germinar en el interior de la roca sólida.

También imaginó que rocas idénticas, encontradas en lugares distantes de una determinada región (a ambos lados de un valle por ejemplo), eran en realidad fragmentos de un único estrato que, aunque hoy estuvieran limitados por la superficie topográfica, en el pasado habrían formado estructuras continuas. Esta capacidad de abstracción le permitía visualizar cómo los estratos continuaban lateralmente por encima y por debajo del actual relieve, formando pliegues.

El caminante sobre el mar de nubes, David Friedrich. La interpretación correcta de los...