Nuebas mentirosas - Cortés, el Nuevo Mundo y otros episodios de nuestra historia

Nuebas mentirosas - Cortés, el Nuevo Mundo y otros episodios de nuestra historia

von: Iván Vélez

Ediciones Encuentro, 2020

ISBN: 9788490557822 , 166 Seiten

Format: ePUB

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Nuebas mentirosas - Cortés, el Nuevo Mundo y otros episodios de nuestra historia


 

Filipinas, 1648: Las nuebas mentirosas

Reçibí la de vuestra merçed de 8 deste en que vuestra merçed me dize la boz que ha corrido de aberse perdido las yslas philipinas y que lo abía escrito Diego Rodríguez Naranjo, hombre de negocios desta çiudad, a don Bernardo de Tejada, que se alla en esa corte, y que se a reparado en que la casa no a dado quenta desto a Su Magestad. Y es así que aunque ha corrido esta nueba no se a podido allar su fundamento, ni de las Yndias a benido bajel que la traiga. Sólo se dize que a benido por bía de Flandes, sin que se aya podido allar quien tenga carta dello, y así ni la casa ni yo hemos hallado cuerpo a esta nueba para dar quenta al Consejo, ni es bien dar abiso de la pérdida de un reyno sin saberlo primero muy de raíz, y supuesto que de la Nueba España no ay quien lo escriba, y que lo más que se dize es que se sabía por vía de Flandes, no abiendo en esa corte cartas de los confidentes, pareçe que no se le uede dar crédito.

Las letras reproducidas pertenecen a una carta escrita por Juan de Góngora, presidente de la Casa de la Contratación, fechada en Sevilla el 21 de agosto de 1648, año en el que finalizó la Guerra de Flandes. El conflicto bélico, también llamado Guerra de los Ochenta Años, terminó con la firma de la Paz de Westfalia, que reconocía la independencia de las siete Provincias Unidas. Pese a que la paz se selló documentalmente en 1648, desde el inicio de esa centuria el piadoso Felipe III había buscado una tregua. Exhaustos y desabastecidos, los míticos tercios alternaban destellos bélicos y motines, pero era evidente que habían comenzado a perder su temible potencia en las tierras bajas. El forcejeo en los campos de batalla tenía su reflejo en los despachos. De este modo, en 1609 se firmó la Tregua de Doce Años, fecha en la que Francisco de Quevedo escribió una obra, titulada España defendida y los tiempos de ahora, de las calumnias de los noveleros y sediciosos, que permaneció largo tiempo inédita, hasta el año 1916.

Cuatro siglos más tarde, la novelería, en sus diferentes formas, sustenta el negocio editorial y forma parte constitutiva del género periodístico, ya en soporte vegetal ya en digital. Factor indispensable en toda tensión política, la propaganda, en este caso acompañada por un fuerte componente religioso, encontró en el papel, multiplicado por la acción de la imprenta, una poderosa herramienta que se reforzó con la obra de Las Casas en la que se novelaban las crueldades españolas en América. Editada en español en 1551, la Brevísima relación de la destrucción de las Indias se publicó oportunamente en 1578 en Amberes en idioma francés, y ello a pesar de la reciente obtención de una amnistía y de la aceptación de grandes garantías religiosas para los rebeldes protestantes. Contextualizados los hechos, regresemos a 1648, año en el cual muchos han tratado de establecer el inicio de la llamada decadencia española.

Las alarmas habían saltado en Sevilla a cuenta de otra misiva, pues en la «Consulta del Consejo de Indias incluyendo carta de Juan de Góngora dando cuenta del poco fundamento de la voz que ha corrido sobre Filipinas», conservada en el Archivo General de Indias, puede leerse lo que sigue:

Un Domingo Rodrígues Naranjo, hombre de negosios, veçino de esta çiudad, abía escrito a don Bernarde de Tejada, que se halla en la corte, que las tas tales nuevas las abía traydo a Cádiz una urca olandessa que abía llegado.

Para ser más precisos, dichas islas «se abían levantado» o, lo que es lo mismo, en los confines asiáticos del Imperio, tierras tan anheladas por los comerciantes de la Compañía de las Indias Orientales Unidas, se habría producido algo similar a lo ocurrido en el frente europeo. Era inexcusable abrir una investigación que aclarara unas noticias que podían estremecer a la Corte en la que se hallaba Tejada. Al cabo, ambos territorios, de ser cierto el rumor, se habrían rebelado contra su soberano, pues Felipe IV, el Rey Planeta, había recibido en heredad tanto las tierras descubiertas por Legazpi como esas tan levantiscas procedentes del tronco borgoñón de su familia. De ser cierta la información, el Imperio español se estaría erosionando en su extremo oriental por la vía de un alzamiento que, curiosamente, se habría conocido en la metrópoli gracias a la llegada a Cádiz de una orca, es decir, de una embarcación de gran tamaño y poca tripulación, holandesa...

La crisis abierta por las noticias propagadas por los sediciosos navegantes, bien que a escala sevillana, estaba servida y podía extenderse, dado el ambiente cosmopolita de la ciudad andaluza. Aunque a que a Sanlúcar había llegado un navío procedente de Caracas que nada sabía del alzamiento, era preciso interrogar al capitán Juan de Bastanbide, que inmediatamente fue requerido, pues la «nueba» corrió públicamente, así en la dicha «yglesia» mayor como en la lonja de Sevilla. La declaración de Bastanbide, de quien recogió la información Rodríguez Naranjo, rebajó mucho la tensión, pues este dijo:

aunque este declarante no se acuerda averlo dicho pudo ser que ponderando las nuebas mentirosas que cada día se dicen lo ay dicho pero no porque este declarante lo aya sabido ni oydo con fundamento a ninguna personas, y esto responde.

Hombre experimentado, conocedor de las mudables cosas de la mar, pero también de los vaivenes que acompañan al rumor, Bastanbide apeló a las nuevas mentirosas que cada día se dicen, adelantándose a ese género periodístico —las fake news— que hoy todo lo anega bajo la forma indocta del barbarismo.

12 de octubre: ¿Nada que celebrar?

Es ya habitual que una parte importante de la autodenominada izquierda estatal, evitamos el adjetivo «nacional» para no herir susceptibilidades plurinacionales, se mantenga al margen de las conmemoraciones del 12 de octubre, fecha que, desde 1987, es oficialmente Fiesta Nacional de España. Los motivos que llevaron al PSOE de entonces para marcar en rojo esa jornada, fueron los siguientes: «La fecha elegida, el 12 de octubre, simboliza la efemérides histórica en la que España, a punto de concluir un proceso de construcción del Estado a partir de nuestra pluralidad cultural y política, y la integración de los reinos de España en una misma monarquía, inicia un período de proyección lingüística y cultural más allá de los límites europeos».

Aunque es evidente que el día feriado apunta a la fecha en que Colón tocó unas costas que creyó pertenecientes a Las Indias, la fiesta, al menos en España, tiene un carácter nacional y es sin duda esa tonalidad, junto a otras, la que produce el común rechazo de la grey podemita y del resto del espectro hispanófobo, partitocrático y sociológico, patrio. Al cabo, desde la particular perspectiva de ese heterogéneo colectivo, España, a la que simultáneamente niegan y combaten desde sus mismas instituciones, sería la responsable de varios genocidios. El primero de ellos, el vinculado al viaje de Colón, abrió la puerta a un genocidio que exterminio pueblos y culturas, por más que esta última idea no existiera en el siglo XVI tal y como hoy se entiende. Desde estas coordenadas ideológicas, los españoles que pisaron el Nuevo Mundo, lo hicieron con la codicia como única meta y la violencia como modo exclusivo. Y si la espada dejó un rastro sangriento que permitió el expolio, una forma similar, la de la cruz, impuso un tiempo de sombras y oscurantismo. La solución, como en tantas otras ocasiones, que así reza el prontuario del papanatas europeísta al que ya caracterizó Unamuno, vino de esa Europa en el que los secesionistas encuentran la coartada para evadirse de esa cárcel de pueblos llamada España, exterminadora, en este caso, de las culturas ibéricas. Europa, así entendida, por más que en ella han estado integrados los imperios depredadores inglés y holandés, sería la irradiadora de la razón ilustrada, aquella que permitió arrumbar las cruces hispanas y liberar pueblos gracias a las acciones de los próceres ilustrados, capaces de liderar a sus pueblos y de cortar la relación con una España convertida, como si de un cuento infantil se tratara, en madrastra. Asumidas esas tesis, morosamente presentadas, es evidente que no hay nada que celebrar en octubre. Antes al contrario, procede dedicar la duodécima jornada del mes a rigurosos ejercicios de contrición.

Sin embargo, esta interpretación de lo ocurrido entre 1492 y las primeras décadas del siglo XIX, es muy grosera. Entre otras razones, porque no ha de olvidarse que el célebre «Nada que celebrar» viene acompañado por lemas que aluden a la resistencia indígena. Y es esta última apelación la que nos obliga a analizar las abstracciones que lleva aparejada. Acaso la más evidente es la que sitúa en el centro de la escena resistente al «indio», un sujeto tan inexistente como idealizado, tan arcádico, que solo resulta asumible por mentalidades infantiles capaces de creer en el mito del buen salvaje. Acaso sea esa la razón por la que los refractarios al 12 de octubre prefieren hablar de unos pueblos sobre los que se proyecta una visión igualmente beatífica. Sin embargo, los restos de esa pluralidad, que sería más frondosa a finales del siglo XV, nos remiten a una realidad histórica mucho más compleja y violenta que la que responde a la visión idílica y armonista comúnmente manejada entre los defensores de los pueblos primigenios. Como las crónicas y el escaso número de españoles que participaron en ella demuestran, la conquista no pudo ser posible sin el factor indígena, que halló en los barbudos una posibilidad de sacudirse yugos como el mexica. El...